Muchas veces el consumidor se pregunta por qué paga lo que paga de luz. El coste de la factura doméstica depende de tres componentes: los coste regulados que son el transporte, la distribución, el pago de la deuda, los intereses del déficit de tarifa, un incentivo que se paga a las grandes industrias por reducir el consumo eléctrico en caso de que fuera demandando, los incentivos a las renovables y la cogeneración, así como los sobrecostes por la generación eléctrica en las islas, donde resulta más caro producir en la Península.

Por otro lado, existe el coste de la producción eléctrica que se fija en un mercado donde las diferentes fuentes de energía ofertan la electricidad que producen. Como el coste del viento es cero, los productores de energía eólica pueden ofertar electricidad a un precio más bajo, con lo que arrastra al mercado a precios más bajos. Por ello, el precio de la energía cuando sopla viento baja, porque se desplaza las energías con combustibles más caros como los fósiles. Al final de mes, se hace una media con los precios de todos los días. Por ello, cuando mayor energía eólica hay, menos se paga en el recibo de la luz.

Según los datos de la Asociación de Energía Eólica (AEE), fuente empleada para la realización de este post, los incentivos a la eólica le costaron al consumidor 1,43 euros al mes en 2015. Este coste se compensó de forma considerable en la factura por el efecto reductor de la eólica en el mercado mayorista. Si se tiene en cuanto ambos aspectos, el resultado fue que la eólica no le costó dinero al consumidor final, sino que le ahorró 1,01 euros al mes. Es decir, que sin la energía eólica, el consumidor pagaría unos 15 euros anuales más. Esto en el caso de las familias, mientras que en las facturas de las empresas el ahorro medio se sitúa en los 1.170 euros al mes gracias a la eólica con un consumo de 1.500 MW al año, el ahorro final anual asciende a más de 14.000 euros.