La erradicación de la pobreza suena a utopía. Es la típica respuesta de un niño cuando le preguntan qué es lo que le gustaría cambiar del mundo. Y aunque suene a un sueño inalcanzable, es el primero de los Objetivos de Desarrollo Sostenible recogidos en la Agenda 2030 de la Organización de Naciones Unidas (ONU). Sin equidad y justicia social, no habrá sostenibilidad. Es necesario abordar las desigualdades en acceso a salud, educación, ingresos y por razón de género en conjunto con las medidas que se aplican en todo el mundo para impulsar la producción de energía y la protección de los ecosistemas.

Para conseguir la necesaria utopía, debemos contribuir aunque sea con pequeños gestos para conseguirlo. Hay que plantarse ante cifras tan escalofriantes como que en la actualidad existen 30 millones de niños que crecen pobres en los países más ricos del mundo o los 700 millones de personas que viven en condiciones de pobreza extrema y luchan para satisfacer sus necesidades más básicas, como la salud, la educación, el saneamiento y el acceso al agua.

El economista Jeffrey Sanchs calculó que el coste total por año rondaría los 175.000 millones de dólares. Esta cifra representa menos del 1% de los ingresos conjuntos de los países más ricos del mundo, recoge la ONU. La organización considera que la participación activa es fundamental. Los gobiernos pueden ayudar a crear un entorno propicio para generar empleo productivo y desarrollar políticas fiscales que estimulen el crecimiento económico. Las empresas pueden propiciar que el crecimiento económico sea inclusivo y contribuye a la reducción de la pobreza, y la comunidad científica y académica pueden concienciar sobre los efectos de la pobreza, y ayudar con sus avances. Como ejemplo, ha facilitado el acceso al agua potable, ha reducido las muertes causadas por enfermedades transmitidas por el agua.

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